Esta salida hace tiempo que estaba en el aire. Tenia la invitación de Ernest de ir a conocer esa zona que es el sur del Delta del Ebro. Yo la deseaba pero han tenido que pasar casi dos años, para que por varios motivos pudiésemos coincidir. Pero las ganas eran muchas, y despues de cinco semanas sin remar yo rozaba la histeria, con lo que unos días antes viendo que el tiempo daba unos días anticiclónicos, montamos enseguida la excursión. Pero como los kayakistas somos como un pequeño clan, unas llamadas, unos cuantos mails, y algo de movimiento por las denominadas redes sociales….el resultado fue que éramos nueve kayaks en la orilla. Y eso que no regalábamos camisetas, ni sorteábamos un jamón. Pero cuando menos lo planeas, más gente acude. Comprobado.
COMO ES EL DELTA DEL EBRO
El Delta, por si hay alguno de letras o de Cuenca, es como una flecha que sale en la desembocadura del río Ebro, ganándole espacio al mar. Fruto de los sedimentos dejados por el río en cientos de años. Al norte y sur forma como dos bigotes paralelos a la costa, llamados cuernos. El plan era darle la vuelta a la banya (cuerno) que se sitúa al sur. Un entorno de reserva integral. A la vista es un paisaje un poco aburrido de arena y más arena. Pero el remar por un lugar nuevo y tan especial siempre es una motivación muy fuerte para un tipo como yo. Y es que no puedo evitar empaparme de la historia y vida de un entorno como éste. Más si voy acompañado por amigos de la zona.
A diferencia de otras ocasiones, pronto estuvimos listos para embarcar. Y es que todos éramos amigos, o conocidos de otras salidas, lo que creo te garantiza cierta puntualidad . Todos sabemos de que vamos, y del funcionamiento de estas quedadas. Y eso que yo era de los que más trastos llevaba. Con un estupendo solecito, pero un cielo de nubes comenzamos la marcha hacia nuestra referencia: el diminuto faro en el extremo de la banya. No se veía por la bruma hasta estar a un kilómetro, por lo que nos tuvimos que dejar guiar por los compañeros del terreno. Las sensaciones que me venían a la cabeza eran parecidas a cuando estuve en entornos parecidos como el Mar Menor o la Albufera de Valencia.
Desde el principio el ritmo fue alto, y es que como nos dijo Ernest el recorrido era de 30-32 Km., y teníamos que intentar no entretenernos mucho. Yo en todo momento fui el último. Al principio porque quería que el esfuerzo fuese progresivo, y luego porque simplemente no podía más. Y eso que llevaba mi Naranjito y mi Werner Camano, con idea de sacar el mejor ritmo posible. En realidad hacia mucho tiempo que no hacia una salida tan larga, y lo noté. Tampoco quería cometer una imprudencia, y si nunca he tenido una lesión por remar no querÍa tener ese día la primera. Lo que más noté es que cuando remo solo hago pequeñas paradas. Para beber, fotografiar o simplemente cambiar el movimiento de los brazos. Paradas que dan una tregua a mis músculos.
Hoy iba con unos «verdaderos bestias» que no paraban nada, como si el último tuviese que pagar las cervezas. Alguna pausa para hacer fotos suponía que me sacaban unos metros irrecuperables. Como siempre, el gps más que ayudar por donde tienes que ir, te ayuda a saber cuantos kilómetros llevas y dosificar el esfuerzo. O evitar que tu mente frene tus brazos. Lo llevaba en cubierta y lo consulté las dos veces de cierta debilidad. Y es que ir el último te ayuda a cansarte más, porque escuchas en tu cabeza «no marcho, no marcho».
FAR DE LA BANYA
Pronto llegamos al diminuto faro que indicaba el extremo mas al sur del cuerno (banya). El cielo cubrió el sol y al salir a mar abierto aparecieron las olas. Esa zona es de máxima protección ambiental, y no se nota la mano del hombre con casetas postes…. y era increíble la de pájaros de toda clase que nos sobrevolaban. Ya digo que la orilla a la vista era simple arena sin mucho atractivo, pero saber que ese lugar es un santuario natural, al menos a mi me motiva. Además sabes que allí no puedes llegar ni a pie, en coche, ni barco lo que te da la esencia del kayak: llegar donde otros no pueden. La sensación navegando era muy rara, porque lo que veías era una lengua de arena que parecía recta y te hacia navegar en esa dirección. Pero si mirabas a lo lejos la rompiente te marcaba la realidad y es que esa parte del delta forma una enorme curva. Con lo que si remabas recto te metías poco a poco en la rompiente y de repente una ola espumosa te podía sorprender.
Pasamos el faro de la Banya , y luego paramos a tomar algo y yo salí airoso en ese desembarco. Y eso que un par de olas me pusieron en paralelo, que es como pude ver que Txus y Cesar se iban al agua con su k2. Lejos de arrugarse con el hecho de estar tan pronto empapados y con frío, yo creo que sus risas y el ser positivos hizo que saliese el sol. En pleno invierno siempre se agradece aunque sea poco. Volvimos a continuar nuestro camino y alguna ola me comí al volver al mar. No faltaba mucho hasta la siguiente parada, pero este trozo se me atragantó, puede que por no llevar bien el cubre. Creo que en este tramo es cuanta más diferencia me sacaron. Las casetas de los guardas, y unos postes (eléctricos) nos hacían volver a la civilización. Allí porteamos nuestros kayaks a la parte interna del Delta, al Port dels Alfacs, porque en esta parte del delta ambos mares apenas los separan 60 metros de arena, es lo que se llama el Trabucador.
DE REGRESO A SANT CARLES
Comimos y reemprendimos la vuelta. Teníamos algo menos de distancia, pero se levantó una brisa que entorpecía un poco nuestro camino. Al menos era otro panorama que liberaba a la cabeza de la forma de navegar por la mañana: siempre controlando las ola que podía romper a estribor. Otro handicap era la poca profundidad, y en un par de veces me metí en fondos donde el kayak encallaba. Por contra podía ver genial las nacras. Una almeja muy grande que está vertical, y con la punta abierta. Muy peculiar, como si te quisiese dar un beso. Como no podía pararme por la distancia que me sacaban, desistí de hacerles fotos, porque sabia que para sacar una foto buena iba a emplear varios disparos. Y quien sabe si me hubiese dado por morrear una de ellas?? Mejor no.
Si que me dio tiempo a fotografiar y ver (un poco) las típicas bateas de mejillones. Pese a ir el último del grupo iba muy bien, con buenas sensaciones, y la estimación mía inicial de dos horas y media seguidas remando, se cumplió. Eso si me quedé bastante descolgado, pese a que pararon dos veces. A la tercera les alcancé porque fue más larga y es que teníamos delante el famoso Xiringuito de la Costa. Este restaurante al que solo se accede en lancha. Solo abre en temporada, me imagino por el sitio donde está que es muy salvaje, con lo que tomar algo calentito ese dia no fue posible. Llegando hacia la orilla los brazos se me empezaron a rebelar con avisos, pero bueno, no crucé el limite, puesto que al día siguiente he podido escribir la crónica. Y así como os he contado fue este intenso y agradable día de kayak.